Una mañana en el Hospital Elizalde, un enfermero amigable nos tomó de sorpresa al Doctor Bolsillo y a mí, la Doctora Stacatta. Nos pidió si por favor podíamos pasar por una habitación donde había una nena “en coma que seguro nos escucharía cantar”, según sus palabras. Como si conociera la profundidad de nuestra tarea: llegar a las almas humanas desde el lugar que cada niño pueda recibir, en este caso la música podría ser nuestra aliada.
Junto al Doctor Bolsillo y con mi guitarra, nos asomamos a la puerta de la habitación. La escena era conmovedora: la niña acostada, la madre a su lado como una guerrera cuidando su aliento. El silencio era infinito.
Nos miramos con el Doctor Bolsillo con una complicidad de sabernos juntos y comenzamos a cantar una melodía inventada especialmente con el nombre de la niña, con un ritmo alegre para dar una atmósfera que complementara e iluminara ese momento único.
La madre de repente comenzó a llorar conmovida, se paró al lado de su hija y con la mano en su pecho continuó toda la canción de pie. Entera, aunque atravesada por la emoción. La música le permitió expresar sus sentimientos.
Yo sinceramente no podía expresar los míos porque estaba tan conmovida como ella pero no podía quebrar y romper en llanto. Es allí cuando entra el héroe de la historia, el Doctor Bolsillo, que con su presencia enorme me sostuvo como un roble hasta la última nota de la canción. Cantamos juntos como si supiéramos que en ese hilo de voz, estábamos encendiendo la llama de lo vivo.
Salí de la habitación con la mirada baja y ya con los ojos llenos de lágrimas me dirigí directo al espacio donde nos lavamos las manos, que ya nadie nos ve, y pude soltar mi llanto que duró hasta el abrazo de mis compañeros que contuvieron y acompañaron ese momento. Lo miré al Doctor Bolsillo y pude decirle: ¡Gracias!
Esta historia cuenta la importancia del trabajo en equipo, de estar presentes y acompañarnos en las diferentes situaciones que nos sorprenden cada día en esta hermosa y enorme aventura de ser “Payasos de Hospital”.