En una habitación, una niña baja de su cama y deambula por el espacio. Se acerca a su madre y la abraza. Se acerca a nosotros y nos mira. Nos presentamos y observamos el lugar donde está internada desde hace unos días.
Hay un sillón, un televisor, un ventanal con vista a otros edificios. Observamos todo hasta que en la mano de esa niña aparece un barco de papel.
Quizás lo armó ella, quizás su mamá, quizás una enfermera o una médica. Quizás un familiar en alguna visita en estos días de espera. De espera y esperanza.
La niña engancha el barquito sobre un lápiz y, como una titiritera experta, lo mueve. Somos payasos y un papel hecho barco nos pone en el papel de marineros. Nos hacemos a la mar, cantando y paseando en círculo por la habitación. Pero algo pasa. Si ella mueve el barquito, nosotros navegamos y cantamos. Si el barquito queda quieto, nosotros paramos.
Ella tiene el poder. El poder de jugar. El de creer.
Al sentir el control sobre nosotros, su risa estalla. Juega con libertad. Nos maneja cada vez más. Ella tiene un océano de alegría en su habitación.
Así vamos hacia la puerta. La niña nos saluda. Con nuestra música y su oleada de carcajadas, salimos quién sabe hacia qué lugar.
Navegando sin timón donde la corriente quiera.
Dr. Aerosmith (Hernán Salcedo)