Ese día estábamos en la sala de espera Violeta junto al resto de los clowns, disputando entre nosotros qué canción cantar. La Dra. Stacatta proponía una canción y yo otra y entonces, como no llegamos a un acuerdo, le ofrecimos al público que tomara partido en la decisión mediante el voto a mano alzada. Ante el primer pedido de votación por mi propuesta sólo una joven llamada Mariana levantó su mano. Impulsivamente y al mismo tiempo intuyendo que un lindo momento llegaba, me acerqué a ella, la tomé de su hombro como si nos conociéramos de toda la vida, y anuncié públicamente el surgimiento de un dúo musical.
Para empezar la función le sugerí el primer tema, con letra y música improvisadas y con movimientos coreográficos que no eran más que giros caprichosos de cabeza, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Mariana seguía y mejoraba mis propuestas riendo a carcajadas y toda la sala disfrutaba de lo delirante del ritmo y de la canción que repetía: “Somos un dúo fantástico, fantástico; somos un dúo fantástico, fantástico”. El Dr. Riten, mi compañero, era el juez del concurso que calificaba nuestra participación y nos obligaba a incorporar nuevos movimientos (que a la vez de complicarnos hacían aún más divertida la escena).
Pero esa no había sido una historia más de trabajo en el hospital. Sin duda la experiencia tuvo un color diferente cuando, en plena coreografía, advertí que Mariana estaba sostenida por dos bastones canadienses, de esos que se enganchan en las muñecas y ayudan al andar (alguna dificultad en sus piernas hacía que necesitara un sostén extra).
Finalmente dejamos la sala con una gran alegría, emocionados y conmovidos por cómo Mariana había estado tan dispuesta a jugar, participar y reir como cualquier otro niño. Cuando terminó aquel día sentí, una vez más, lo gratificante que es nuestra tarea.