Nos encontramos en la puerta del Vicente López el martes a la mañana. Nos abrazamos, charlamos de cosas cotidianas mientras entramos en el hospital. Saludamos a la gente que trabaja allí y entramos en la sala de los pediatras donde tenemos nuestro espacio para dejar las cosas y cambiarnos. En ese momento sucede el primer acto mágico: instantáneamente dejamos de ser nosotras, Irene y Ángeles, para transformarnos en las doctoras Marta y Pandereta. Cantamos una canción, como ritual de comienzo y salimos de la sala.
Bajamos las escaleras cantando y saludando a quien se nos cruza. Pasamos por una sala de espera de adultos, donde había un chico con auriculares, y comenzamos a jugar a que él era el candidato de la Dra. Pandereta. Incluso se montó una boda entre los que estaban allí. Nos despedimos al rato y la hermana del chico le gritó a Pandereta: “¡Chau, cuñada!”.
Seguimos camino cantando hacia la sala de espera donde estaban los chicos. Allí se armó rápidamente un “juego de danzas” donde intentábamos bailar como grandes bailarinas mientras cantábamos y nos enseñábamos coreografías. Una vez terminado el juego, nos retiramos cantando. La sala ya tenía otro color.
Entonces emprendimos camino hacia la sala de terapia. En el transcurso del viaje nos encontramos con una señora que comenzó a dirigirnos: “Bailen en este cuadradito y toquen música”, decía. Parecía una directora mandona. Nosotras bailamos y cantamos y todo se transformó en un juego muy divertido. Al tener la nariz, todo cambia.
También nos cruzamos con el candidato de la Dra. Pandereta, a quien volvimos a saludar. Subimos las escaleras, cruzamos el pasillo y llegamos a la sala de Terapia. Una vez allí, nos encontramos primero con un chico que parecía no tener ganas de que estuviéramos. Comenzó a llamar a su mamá y se fue al baño.
En la cama siguiente había un hermoso bebé junto a su madre. Su nombre era Iván y sus ojos, gigantes y expresivos. Comenzamos a cantarle, las melodías transformaban todo.
Frente a él se encontraba otro chico: Ián. Era más grande y estaba con un nebulizador en su cara. Le preguntamos entonces si era astronauta y comenzó a reírse. Instantáneamente Marta dijo: “Claro, con eso en la cara se comunica con la gente en la Luna, porque Ián tiene casa allá”. Él seguía riéndose y nosotras planeando la forma de que nos invite a pasar un día en la Luna.
Después nos encontramos con otro chico acompañado por una señora. Estaba frente a un televisor y jugando con una motito. Ni nos miraba. Nosotras jugamos a que andábamos en moto, luego en una Ferrari. No nos miró, pero sí nos escuchaba. A la salida de terapia nos topamos con un chico-Batman (estaba leyendo unos comics de Batman) y con un bebé llamado Esteban, que era igual a su mamá. Le cantamos una canción. Parecía hipnotizado por la música.
Luego una madre emocionada salió de una habitación con su beba en brazos, durmiendo. Nos agradeció que estuviéramos allí y las canciones. Comenzamos entonces a cantarle a Leia, la princesa del mar, mientras dormía. Fue un momento muy emocionante. La mamá y la beba eran una. Se sentía el amor.
Una vez que salimos del sector de Terapia, volvimos a la sala de espera donde estaban los chicos y jugamos a que nos encontrábamos en una pista de patinaje sobre hielo. Nos sacamos fotos y cantamos. Un señor nos interrumpió: “Esta canción está en Do”. Seguimos cantando. Otro señor se puso a filmarnos. Se reía, nos reímos, nos transformamos. Todo se transforma constantemente, como producto de un acto de magia. Estamos ahí todos. Es presente puro, inesperado y maravilloso.
Nos despedimos, nuevamente cantando. Subimos las escaleras. Nos encontramos con una princesa de rosa llamada Priscila. Charlamos un rato con ella y entramos en la sala de los pediatras. Nos sacamos la nariz y volvimos a convertirnos en Irene y Ángeles. Nos abrazamos y charlamos sobre todo lo mágico que sucedió.
Dra. Marta (Irene Sexer) y Dra. Pandereta (Ángeles Camblong)
Hospital Houssey de Vicente López