Era nuestra primera experiencia en el Hospital Gutiérrez y la curiosidad y los nervios nos llenaban de expectativas. Ese día, los Doctores Carlota y Ritten fuimos de visita al Hospital de Día especialmente para visitar a Magdalena.
Llegamos y nos presentamos. Al comienzo, ella estaba distante y ante cualquier cosa que le decíamos meneaba la cabeza de aquí para allá, de allá para aquí, dibujando un “No” temeroso, tímido y recatado.
Nos miramos y decidimos insistir sutilmente, mediante un juego seductor. Desplegamos entonces los misteriosos y maravillosos objetos que salían de la valija mágica del Doctor Ritten y, poco a poco, hasta los médicos se sumaban a participar de nuestra improvisación.
El momento cúlmine llegó cuando el Doctor Ritten, con su habilidad para imitar sonidos, hizo un burro. Su graznido monumental sacudió la solemnidad del hospital y dibujó en Magdalena una ancha y generosa sonrisa. “El burro” Ritten estaba empacado. No quería moverse. Y entonces yo pedía la ayuda de alguno de aquellos serios profesionales que miraban divertidos y se inclinaban para tirar de la correa imaginaria. Pero el Doctor Ritten se había compenetrado en su personaje y no había forma de moverlo. Pronto fuimos, entonces, una larga fila de médicos sonrientes tirando a destiempo, queriendo mover a un burro inmutable.
Se acercaba el final de la visita y Magdalena ya estaba más relajada con nuestra presencia. Los médicos, padres y demás pacientes también. Así que con el Doctor Ritten decidimos despedirnos armando un “boliche”, en el que médicos y enfermeras participaban con clases de baile. El último tema fue un reggaetón. Le cantamos y le bailamos a Magdalena, ya que sabíamos que era su preferido.
Así, habiendo transformado aquel espacio por un ratito y dejando detrás carcajadas y sonrisas, nos despedimos. Al pasar al lado de Magdalena pudimos ver de reojo, cómo disfrutaba con una amplia sonrisa de nuestros últimos y disparatados pasos por el hospital. Para ella había sido una tarde de tratamiento totalmente distinta.