Al entrar a una habitación de una Sala de Internación del hospital Garrahan tanto yo, el Dr. Riten, como mi acompañante, la Dra. Carlota, notamos que nos miraban con bastante reticencia. Insistimos porquen no terminaban de negarse a que entremos. Pasamos, preguntamos si podíamos entrar y la mamá nos contestó: “Si no hacen mucha bulla…”. En seguida nos tomamos ese comentario en broma y comenzamos a repetirlo una y otra vez. Al principio no recibíamos ningún signo de aceptación a nuestras propuestas sin embargo ellos, la mamá, el papá y el hijo adolescente que estaba sentado en la cama comiendo, seguían observándonos. Seguimos probando e improvisando hasta que en un momento el chico sonrió. No me pregunten qué hicimos porque aunque intento hurgar en todo lo que intentamos, no consigo recordarlo. Lo importante es que su sonrisa, entre bocado y bocado de la milanesa, duró un segundo. Fue como en esos juegos en los que tratamos de estar serios y no reírnos. Cuando se nos escapa una sonrisa e intentamos rápidamente recuperar nuestro semblante original. El efecto es muy llamativo.
Si durante ese segundo que duró la sonrisa hubiera estado mirando hacia el pasillo o a mi compañera, o sacando algún objeto de la valija, me la hubiera perdido. Y por su rostro nuevamente serio jamás hubiera sospechado que el chico se había sonreído. Sin embargo, a pesar de la velocidad, la madre captó esa sonrisa y giró bruscamente la cabeza para verla. Después siguió en lo que estaba haciendo y mirando de reojo lo que nosotros hacíamos.
La sonrisa veloz e intermitente se repitió una o dos veces más. El clima ya no era el mismo y la madre se permitió comentarnos, aunque casi sin mirarnos: “Lograron que se ría”. ¿Qué curioso, no? Yo recibí ese comentario como un agradecimiento. En mi imaginario estábamos frente a un chico que no estaba pasando bien su internación, y a una familia que tampoco la pasaba bien y que como acompañantes adultos tenían dificultades para correrse (y ayudar a su hijo a correrse) de ese lugar de solemne sufrimiento. De hecho costó superar la dura barrera que la madre había impuesto para el ingreso a la habitación. Sin embargo, con la media sonrisa que acompañó su último comentario, tuvimos un indicio de que algo se había transformado.