Alegría Intensiva

Siempre hay una oportunidad más para jugar

historia4

Ese día nos tocaba visitar la sala de internación en la que estaba Diego, un niño de unos 3 o 4 años al que conocíamos desde hacía unos 15 días. Usualmente cada vez que yo, el Dr. Riten, aparecía por la sala él se escondía o le pedía a su mamá que me fuera. Sin embargo esta última visita fue diferente…
Ese día Diego se había preparado para nosotros: tenía puesta una nariz de payaso, se hacía llamar Pepón y esperaba ansioso en la puerta de la habitación. Mientras yo entraba por el pasillo una enfermera me adelantó lo predecible. Al entrar en el cuarto el niño le repetía: “El payaso de barba no”. Sin embargo, si bien se negaba a verme, Diego no desaparecía por completo como lo hacía otras veces. Se dejaba ver entre las piernas de su mamá, desde donde él también podía observar lo que sucedía. En ese contexto en que las enfermeras, la madre y él mismo manifestaban su negativa de verme, me permití mirarlo en su escondite a medias y lo que recibí fue que él también me estaba mirando. Así fue que, muy despacio y con la complicidad de mis compañeros que me pedían de todas formas que me fuera, me fui acercando hacia la ronda que se había formado entre Diego, su mamá, algunas enfermeras y los payasos que lo protegían.
“¿Para qué me acerco?”, me preguntaba en ese momento. Y ahora sé, que me acerqué para irme: llegué hasta donde estaba el tumulto con la tensión generada por la sigilosidad de mis pasos y simplemente anuncié que me iba. Saludé y con un giro brusco me fui. A la despedida le siguió un silencio. Todos se quedaron observando la reacción de Diego. Él me sacó la mirada, la abrió hacia su público y, en forma explosiva, desató una carcajada. Sonó fuertísimo y como eco la sucedieron las risas de todos los que estaban allí mirando.
Desde ese día esa fue nuestra rutina: el juego de despedirme y la carcajada explosiva de Diego. En fin. Nunca se sabe. Siempre hay una oportunidad más para jugar. Él solo quería que yo me fuera y, entonces, el juego se trató exactamente de eso: llegar para despedirme y transformar así su miedo en una carcajada.