Una persona entra a un hospital. Es un artista. Los hospitales no tienen camarines pero este artista tiene un lugar reservado en ese hospital y lo utiliza como camarín.
Apoya su bolso en una silla. Deja su vestuario de la calle y se pone el del teatro. Cuelga un espejo redondo de un clavo que hay en una pared y se ve en el espejo. Al verse se mira. Al mirarse ve quién es. Su vida, su tiempo, su historia. Sus alegrías, sus vínculos, sus dolores.
Se maquilla. Un poco de blanco alrededor de los ojos. Otro poco de rojo en las mejillas. Una línea negra en los párpados, como si estuviera empezando a escribir con lápiz lo que está por venir.
El artista se pone una nariz roja. Vuelve a verse en el espejo. Al verse se mira. Al mirarse ve al payaso que es. Esa nariz roja en unos minutos será el espejo donde quienes se crucen con él se van a ver.
El payaso lleva un instrumento de cuerdas. Recorre un pasillo. Suelta unas notas. Saluda a un niño, abraza a una señora, le acomoda la gorra a un papá.
Llega a una sala de espera. Se detiene y se presenta, o dice algo raro, o hace un movimiento inesperado, o despliega un baile de dudosa habilidad.
Lo que hace el payaso altera las moléculas del aire, cambia el espacio. El payaso crea una vibración que nadie ve. Un rayo inofensivo. Una luz invisible. Un viento que no se puede percibir.
La vibración baja por el cuerpo del payaso, cae por una de sus piernas y llega al suelo. Se desplaza por el piso y va haciendo su camino. Puede desaparecer por los peldaños de una escalera, chocar contra una columna, mover levemente un tacho de basura. Puede sacudir el estetoscopio de un médico o despeinarle el flequillo a una enfermera. Puede cambiarle el gesto a una cara preocupada o disolverse en el chasquido de un estornudo.
Pero si se da la casualidad de que esa vibración se topa con un par de botas, especialmente amarillas, el rayo invisible se trepa con una rapidez que puede superar la velocidad de la luz.
Y si se da la casualidad de que a la vez ese niño usa anteojos, se genera una reacción física específica y del niño sale una carcajada tan explosiva y ruidosa que, ahí sí, sacude todos los estetoscopios, despeina casi todos los flequillos y le cambia el gesto a varias caras preocupadas
Reconocemos que hay poca prueba científica. Pero por suerte imágenes como esta nos dan la razón y son suficientes para sorprender a los más incrédulos.
Alegría Intensiva, Payasos de Hospital.